Sasayaku necesitaba a un huérfano. Con esa idea, se dirigió disfrazada de vieja criada a una aldea alejada a unos tres días de camino del castillo del samurai, un viejo Akodo, del clan del León.
No le fué muy difícil encontrar al huérfano que buscaba, tenia que ser alguien callado, que no hiciese preguntas, fácil de dominar y de convencer. Se presento a él como la madre de su padre, que venía a recuperar a su nieto, sangre de su sangre, para devolverle lo que le pertenecía por derecho propio. Le dijo que su padre había deshonrado a su familia, pero que él, como hijo primogénito, aunque ilegítimo, tendría la oportunidad de devolverle el honor.
El joven muchacho no necesitaba más, un golpe del destino le daba la ocasión de convertirse en un samurai y olvidarse de la miseria que le había tocado por suerte vivir.
Después de aquello, emprendieron viaje, a pié, en dirección a la casa del clan familiar del muchacho, según le dijo Sasayaku, pero iban en dirección a la casa del viejo León. En el camino, unos bandidos ronin les atacaron. Sasayaku, por no rebelar su identidad, no intervino y se dejo atrapar. Convenció a los bandidos que los dejaran en paz, que ella y el muchacho trabajarían para ellos si les perdonaban la vida. Los ronin aceptaron, una vieja cocinera les aplacaría el hambre y el muchacho podrían venderlo, se le veía sano.
A la primera ocasión que tuvo, los envenenó. A media noche salieron huyendo dejando a los hombres dormidos, eso fue lo que dijo al niño, para no levantar sus sospechas o dijera algo inadecaudo.
A mediodía de distancia del castillo del León, encontraron una antigua posada, allí se alojarían hasta que apareciese Akodo Takeshi. No tardó en aparecer, venía de la capital de Rokugan y siempre le gustaba parar en esa posada. Sus hombres, hicieron un buen registro de los clientes, expulsando a algunos. A ella y al muchacho les dejaron estar, aunque les cambiaron los aposentos.
Nada más caer la noche, Sasayaku empezó la danza de las sombras. Los primeros tres guardias ni se enteraron de como habían muerto. Una sutil daga, fina como un hilo de acero, les atravesó el cerebro, sin que pudiesen hacer ningún gesto de advertencia. Las sombras eran sus aliadas.
Ahora venia los cinco guardias del interior de la habitación. Tendía que usar las katanas de algunos guardias, no supondrían problemas. Se encamino hacia la habitación y abrió la puerta, antes de que pudiesen desenvainar, cuatro hombres yacían muertos, el quinto intentaba desesperadamente sacar el arma, pero los nervios se lo impedían. Era un novato, habia hecho bien en dejarlo el último.
Takeshi estaba despierto, pero no opuso resistencia, pudo leer su destino en los ojos de Sasayaku. No tenia escapatoria.
Al volver a su habitación, encontró al niño despierto. Lo último que vió, fue la figura de una mujer que llevaba dos katanas, una de ellas le cortó la garganta. La otra, era una vieja katana de un león muerto. No pueden existir testigos.
No le fué muy difícil encontrar al huérfano que buscaba, tenia que ser alguien callado, que no hiciese preguntas, fácil de dominar y de convencer. Se presento a él como la madre de su padre, que venía a recuperar a su nieto, sangre de su sangre, para devolverle lo que le pertenecía por derecho propio. Le dijo que su padre había deshonrado a su familia, pero que él, como hijo primogénito, aunque ilegítimo, tendría la oportunidad de devolverle el honor.
El joven muchacho no necesitaba más, un golpe del destino le daba la ocasión de convertirse en un samurai y olvidarse de la miseria que le había tocado por suerte vivir.
Después de aquello, emprendieron viaje, a pié, en dirección a la casa del clan familiar del muchacho, según le dijo Sasayaku, pero iban en dirección a la casa del viejo León. En el camino, unos bandidos ronin les atacaron. Sasayaku, por no rebelar su identidad, no intervino y se dejo atrapar. Convenció a los bandidos que los dejaran en paz, que ella y el muchacho trabajarían para ellos si les perdonaban la vida. Los ronin aceptaron, una vieja cocinera les aplacaría el hambre y el muchacho podrían venderlo, se le veía sano.
A la primera ocasión que tuvo, los envenenó. A media noche salieron huyendo dejando a los hombres dormidos, eso fue lo que dijo al niño, para no levantar sus sospechas o dijera algo inadecaudo.
A mediodía de distancia del castillo del León, encontraron una antigua posada, allí se alojarían hasta que apareciese Akodo Takeshi. No tardó en aparecer, venía de la capital de Rokugan y siempre le gustaba parar en esa posada. Sus hombres, hicieron un buen registro de los clientes, expulsando a algunos. A ella y al muchacho les dejaron estar, aunque les cambiaron los aposentos.
Nada más caer la noche, Sasayaku empezó la danza de las sombras. Los primeros tres guardias ni se enteraron de como habían muerto. Una sutil daga, fina como un hilo de acero, les atravesó el cerebro, sin que pudiesen hacer ningún gesto de advertencia. Las sombras eran sus aliadas.
Ahora venia los cinco guardias del interior de la habitación. Tendía que usar las katanas de algunos guardias, no supondrían problemas. Se encamino hacia la habitación y abrió la puerta, antes de que pudiesen desenvainar, cuatro hombres yacían muertos, el quinto intentaba desesperadamente sacar el arma, pero los nervios se lo impedían. Era un novato, habia hecho bien en dejarlo el último.
Takeshi estaba despierto, pero no opuso resistencia, pudo leer su destino en los ojos de Sasayaku. No tenia escapatoria.
Al volver a su habitación, encontró al niño despierto. Lo último que vió, fue la figura de una mujer que llevaba dos katanas, una de ellas le cortó la garganta. La otra, era una vieja katana de un león muerto. No pueden existir testigos.
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