Donde vivo ahora hay cuatro peluquerías, tres de señoras de mujeres y una de caballeros. En la de los hombres tenemos la clásica barbería de toda la vida, llena de pelos por el suelo, en la que de vez en cuando se barre el suelo. Tiene algunas revistas muy manoseadas como el interviú y prensa deportiva del día (el marca y el as). No se puede coger cita por teléfono y siempre hay que esperar cola. Y si no quieres pillar cola, tienes que ir a la hora de apertura, pero es algo informal, por lo que terminas esperando en la cafetería de al lado.
Quizás estoy influenciado por un trauma infantil, ya que recuerdo que cuando chico, el barbero del barrio (Paco), pelaba a la gente como le daba la gana. En mi caso, que tengo un remolino justo en el nacimiento del flequillo, por mucho que le dijera no me cortes mucho por delante, no había forma de que me hiciera caso. Una vez me pelo tanto, que tuve que llevar una gorra durante tres semanas hasta que me creciera el flequillo y no se me levantara como a la Cameron Diaz en la película 'Algo pasa con Mary'.
Por ese motivo, estoy encantado con las peluquerías para mujeres, siempre el trato es cordial, atento y educado. Las salas son acogedoras, limpian cuando terminan con un cliente. Te preguntan como quieres pelarte. Si tienen alguna duda, te solicitan alguna aclaración, sin tomar decisiones que puedan causarte un disgusto. Puedes llamar para coger cita. Y en cuestiones de precio, están a la par. De hecho, como me rapo al cero, no se lo esperan y te cobran menos.
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